¿Por qué deberías contratar un filósofo en tu empresa? Autor invitado: Max Loria

Autor invitado: Maximiliano Loria.

 

Debo confesar que desconozco totalmente el mundo del business. Sin embargo, la reflexión que ahora comparto fue motivada por los diálogos que he venido desplegando desde hace unos meses con un hermano de la vida (filósofo y teólogo él, aunque también abocado a la esfera temporal del management), en los que discutimos acerca de cuál debería ser el rol, la función esencial, de un filósofo que se desempeñe en una empresa. De nuestros encuentros virtuales, pero no menos profundamente humanos, surgió el texto que propongo a continuación. Si bien está escrito en primera persona, confío en que refleja absolutamente nuestros pensamientos.

Como persona corriente que soy en lo referido al ámbito de los negocios, creo que lo primero que debería procurar aclarar (y aclararme) es la definición de empresa, sobre todo el “para qué” -si se me permite la redundancia- de una “empresa” humana semejante. Los filósofos franceses suelen “hacer roncha” comenzando sus reflexiones recurriendo al Littré; “más modesto yo”, me conformaré con lo que dice la RAE, que no por nada fue la lengua de Cervantes.

Su diccionario dice lo siguiente. Empresa: “unidad de organización dedicada a actividades industriales, mercantiles o de prestación de servicios con fines lucrativos”. O más sencillamente, una empresa es una organización que fabrica, compra y vende o presta algún servicio con el propósito de obtener dinero. Y “en argentino” todavía podríamos decir: “nos juntamos y hacemos algo para ganar guita”.

A primera vista, parece que esta definición nos deja “bastante sonados”, pues es claro que un verdadero filósofo difícilmente podría aportar, de modo directo, “billetes” a una empresa (si bien abundamos en ideas y palabras, casi nunca rebalsamos de “morlacos”). Con todo, si Tales de Mileto se hizo rico por predecir una cosecha de aceitunas, y fue además llamado el “padre de la filosofía”, confío en que, indirectamente, podremos, como filósofos, ayudar a los empresarios a “engrosar sus arcas” (nosotros nos conformaremos con poder llenar, aún más, los anaqueles de nuestras bibliotecas). Aunque, ¿por qué haríamos tal cosa?, ¿por qué dejaríamos la comodidad de la vita contemplativa para abocarnos a los afanes cotidianos de la lucha desgarradora por la supervivencia?, ¿por qué bajar nuevamente a las peleas de la caverna si nos sentimos bastante cómodos (y espero que no se enoje algún antifranquista por este giro) “de cara al sol”?

Las empresas están para “incrementar su capital”, según nos enseña la RAE. Pero, ¿ganar dinero es algo malo? En absoluto, yo mismo diría que la productividad constituye hasta una obligación moral si uno tiene las aptitudes para generar riquezas. Lo reprochable pueden ser el “cómo” y el “para qué” de esta ambición. En consecuencia, una tarea primera del filósofo consistirá en ayudar al o a los dueños de la organización a adquirir una mayor conciencia del sentido último de sus prácticas. Algunos pensarán que, como todo filósofo, ya me estoy “enredando”, pues la empresa, ¿no es acaso “para ganar dinero”?. Obviously, pero ¿“para qué quieres el money que vas a obtener”? Para “pasarlo bien”, responderán inmediatamente algunos. Y aquí voy de nuevo: ¿está mal disfrutar de “momentos placenteros” con las ganancias obtenidas? Claro que no, lo erróneo sería procurar “pasar la vida pasándolo bien”. Esto es como cuando íbamos a la escuela y queríamos permanecer en un perpetuo recreo; el recreo no es una finalidad en sí mismo, sino un medio para recuperar energías a fin de abocarnos a lo que verdaderamente importa.

En este sentido, lo primero que recordaría al jefe de la empresa que me contrate (¡y si alguno quiere hacerlo me avisa por “el Face” o “el Instagram”¡) sería lo siguiente: usted debe concebir “lo que hace” (y utilizar las ganancias que obtiene “por lo que hace”) como un servicio al bien común. Pero “bien común” suena demasiado abstracto para estos tiempos. Concreto entonces: si brindas un servicio, que lo que haces ayude a estar mejor a quienes atiendes; si fabricas algo, que no sea meramente “descartable” (a no ser que sean barbijos pandémicos verdad); que tu producto refleje algo de la riqueza oculta en el espíritu humano; que los materiales que utilizas sean nobles y además estén de acuerdo con la moda (que no debería serlo en absoluto) de lo sustentable; si lo tuyo es intangible, que muestre lucidez, bondad y belleza y que, a su vez, motive a las personas a ser más bellas, inteligentes y buenas. A corto plazo, seguramente ganarás menos que los “chinos” (con perdón de los orientales), pero si ofreces excelencia estoy seguro de que dejarás un legado y harás más “vivible” tu entorno.

Es verdad que todo esto se lo puedo decir al dueño de la compañía “un día antes de que la funde”; entonces, ¿qué hago diariamente en mi oficina aparte de leer a Platón?, puesto que ningún empresario me pagará mensualmente solo por estudiar los Diálogos. El filósofo ayuda al gerente a tomar conciencia de la “identidad” de su organización; lo auxilia en la comprensión del “cómo” y el “para qué” de lo que cotidianamente realiza. Pero esta misma concientización debe procurarse también en cada uno de los miembros  de la corporación. Usualmente se habla de “ponerse la camiseta”, de ayudar a los empleados a sentirse “parte de un equipo”. En este punto, quisiera subrayar una convicción de carácter primordial: del mismo modo que la realización personal no puede darse sin la consagración a algo que, siendo en sí mismo noble, trascienda al propio yo; análogamente, la identificación con el “yo comunitario” de la institución no será posible si los “jugadores” no logran captar que su labor compartida “sirve a un propósito mayor”; es imprescindible que los trabajadores puedan reconocer que su esfuerzo contribuye al bienestar de la comunidad. La tarea de motivación en favor de la identificación con el proyecto tiene que ser permanente. Aun así, cabe insistir en que la “efectividad” de este compromiso solo podrá conseguirse si se muestran “resultados concretos”, si en verdad se pone de manifiesto la importancia de la empresa para el sector de la sociedad a la que presta un servicio.

En segundo término, el filósofo es imprescindible como miembro del departamento de recursos humanos para la elección del personal. Los psicólogos abundan en tests empíricos que, fundados en una supuesta “objetividad” científica, permiten discernir el carácter y las motivaciones de una persona. Sin negar el valor de este tipo de herramientas (ni la posibilidad de psicólogos auténticamente competentes), puedo asegurarles que el filósofo es quien mejor conoce y comprende el alma humana. Conviene aclarar que no me refiero aquí a todo aquel que obtuvo un grado académico en una universidad reconocida (el “título” es una condición necesaria, pero en modo alguno suficiente). El verdadero filósofo no es un erudito, sino un sabio (obviamente, en la medida en que puede serlo un ser humano); allende las apariencias, puede “leer dentro” del corazón humano y, sin dejarse llevar por los prejuicios, al punto reconocer “de qué madera” está hecha una persona.

Al modo de un “DT de las cosas del espíritu” su mirada es indispensable al momento de armar un buen equipo de trabajo; él puede “seleccionar” los mejores candidatos y ubicar a cada uno en el puesto más apto, tanto para su realización personal como también en orden al crecimiento del proyecto compartido. El filósofo tiene en claro cuál es la “verdadera teoría” para el logro de la excelencia humana, al tiempo que se esfuerza por encarnarla cada día. Todos saben que los equipos de fútbol profesional contratan diversos coaches para fortalecer la mentalidad de sus planteles; sin desmerecer su ocupación, a diferencia de estos expertos, los filósofos no solo dicen “discursos motivadores”; sus palabras expresan la belleza, pero también la dureza radical de la existencia: urge aprender a convivir con las presiones; se necesita formar a los empleados en la capacidad de “mirar a cierta distancia” los problemas, imaginar creativamente futuros posibles y procurar la solución más eficaz y prudente en cada situación. El gerente debe coordinar la obtención de resultados productivos concretos; el filósofo es necesario para armar y fortalecer al equipo en las batallas cotidianas. Y el amor a las rutinas y la búsqueda de la virtud en las pequeñas cosas que no se ven, puede ser una lucha mucho más ardua de lo que ordinariamente parece.

El trabajo es solamente una parte de la vida, pero se trata de un aspecto que no debería ser escindido de las demás esferas. No es algo que uno simplemente hace para obtener recursos materiales, de manera que, una vez concluida la jornada laboral, puede – ¡ahora sí! – “comenzar a vivir”. Insisto en lo que señalé arriba: si cada miembro del equipo experimenta su esfuerzo como una realidad que contribuye a la conquista de un objetivo común que lo trasciende, entonces, sin dejar de ser ardua, la tarea no será concebida como una carga. La empresa tiene que ser una parte importante, pero ella no lo es todo. En este sentido, el filósofo tiene que auxiliar a los trabajadores para que logren adquirir la capacidad de resolver los “conflictos de bienes” que seguramente se darán entre las distintas áreas. El trabajo, la familia, los amigos, la propia formación, el cuidado del cuerpo y el esparcimiento. Como puede observarse, la vida suele “quedarnos grande”; cuando sentimos que “controlamos” una cosa, las otras se desajustan. Frente a este desafío, disponemos de las herramientas conceptuales y prudenciales para acompañar al personal en la búsqueda urgente e imprescindible de la “unidad de vida”. Lo propio del sabio es ordenar, dijo Aristóteles; al respecto, tenemos que asumir un rol insustituible: ayudar a los demás a encontrar, y vivir, un orden de prioridades que conduzca al verdadero florecimiento humano.

Si alguno de los que lee estás páginas está pensando en contratar a “uno de los míos” tiene que saber cuáles son la tres cosas que, sí o sí, tenemos que brindarle. El filósofo:

i) auxilia en la configuración de la identidad de la institución (en el “para qué” y en el “cómo” de los propósitos concretos de cada empresa).

ii) su opinión es, asimismo, insoslayable al momento de la contratación del personal (su conocimiento de la mente y el carácter de los seres humanos permite reconocer qué agentes pueden ser aptos para el desarrollo de tal o cual rol).

iii) acompaña a los miembros de la compañía en la conquista de la “unidad de la vida” (el trabajo es imprescindible para la realización personal y, en consecuencia, tiene que ser adecuadamente integrado en los demás aspectos de la existencia).

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